viernes, 18 de julio de 2008

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El hilo duele al trapecista en los pies. No le sirve de nada retroceder, porque allí ya ha estado. Debe cruzar, avanzar por el hilo, sin mirar atrás, sin mirar abajo. Con la cabeza alta, de frente. Sin red, sin cuerdas que le aten. Cruza valiente, con la admiración de todos. Y al llegar al otro lado sonríe satisfecho, feliz, tras superar el obstáculo, consciente de que desde abajo nadie podía ver que le perseguía el miedo. Todos somos, trapecistas.

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